viernes, 29 de noviembre de 2013

12 errores en la discusión de pareja


 12 Errores en la Discusión de Pareja
Por: D. Alberto Donoso
Consejero familiar


La rutina, contra lo que se piensa, no es el mayor enemigo del matrimonio. Lo es, aunque sólo se sospeche, una mala calidad de comunicación, que no equivale a la pérdida de toda privacidad personal o a una mal entendida franqueza.

Una mala educación consiste, sobretodo, en el feo vicio de ignorar al cónyuge en cualquiera de los campos de su actividad humana. Este hábito pernicioso creará mecanismos de cierre en el ofendido que herirán al ofensor, generando nuevos círculos viciosos alimentados por el rencor y mayor distancia entre ambos.

A modo de ejemplos de áreas conflictivas, señalaremos doce errores de notable frecuencia en una discusión matrimonial.

1) Descalificar
Cuando se discute, al menos uno de los cónyuges se siente herido y presa de la ira. Con deseos de saciar su cólera, desea herir al otro haciéndole sufrir un poco al menos, así como él sufre. Se grita, se ofende, se descalifica, se burla, se remueven heridas. El centro de la disputa queda focalizado en atacar y ganarle al otro. No se busca primariamente encontrar una solución.

Este mecanismo excluye, por lo tanto, cualquier opción cordial de escuchar al otro. Quien se hiere busca venganza… y el círculo vicioso se crea. Los oídos se van cerrando y se siente que cualquier grado de concesión es una forma de ser derrotado. Y en una guerra nadie quiere perder.

Un buen mecanismo de defensa de la pareja consiste, por tanto, en evitar descalificar al otro. Mientras menos lleguemos a herir al otro, mayor disposición obtendremos para solucionar lo que nos duele. Si el otro no se siente en posición de batalla, no tendrá problemas en ceder o en mostrarnos su punto de vista y aclararnos, por ejemplo, un error que nosotros mismos podríamos haber cometido.

2) Sólo el problema
El rencor y el dolor son malos consejeros. En el momento de una discusión lo frecuente es que sólo venga el recuerdo de qué es lo que odiamos en el otro, su pasado ofensivo y sus costumbres irritantes. Por lo tanto, el detonante que hizo estallar en ese momento pareciera ser en sí mismo el punto a debatir. Sería ridículo negar que objetivamente ha ocurrido un “algo” que detonó esa bomba. Y pelearse durante horas por la interpretación de ese “algo” no ayudará a nada más que a acumular nuevas heridas y formas de agresión, física o psicológica.

Sin embargo, lo usual es que sea el problema el protagonista de la discusión. Modificar este robo de protagonismo puede contribuir a solucionar la riña.

Por ejemplo, desplazar la atención, presentando el problema como si fuera real y buscando salidas o soluciones al mismo. No importa si es real o no: quien cedió sabe que en algún momento se aclarará todo y se suprimirán algunas medidas. Pero al menos no se continuó con el desangramiento afectivo.

Otro mecanismo conveniente es intentar enumerar las complicaciones o dificultades que se encontrarán en la salida de un problema y valerse de las soluciones propuestas como espacios apropiados para trabajar en equipo. La cercanía puede ser un primer paso para sanar las heridas.

Una solución, sólo por responder a un planteamiento particular, no implica que realmente sea la respuesta a un conflicto real. La salida que se encuentre debe ser justa para ambos, no sólo para el que grita más fuerte o hiere con más fuerza. El error de ceder tempranamente es que, para ganar confianza como pareja los acuerdos mutuos deben cumplirse con un cierre, y no sólo limitarse a aumentar un historial de frustración que fácilmente se convierte en arsenal para cualquiera de los dos agresores.

3) Ni el momento ni el lugar
Sin pedir un control que no fue extraño hasta la generación de nuestros abuelos, es importante recomendar a la pareja que procuren discutir bajo condiciones adecuadas. Una regañina a la salida del trabajo, frente a los compañeros laborales o frente a la familia o amigos puede llegar a ser más dañino por el lugar y momento que por el tema de discusión en sí mismo.

De ser posible, ha de buscarse un espacio de armónica intimidad lo más a la mano posible. Un lugar que propicie la libre expresión de lo que se siente y la búsqueda de soluciones y arreglos que lo superen. 

Recordar, también, la pena que siente quien se deja desbordar por la ira cuando recuerda el papelón que hizo vivir a ambos cónyuges o el daño ante seres queridos es un buen aliciente para evitar caer en esta tentación.

Una sugerencia interesante es acercarse a un lugar abierto, con entorno natural, o bien un espacio de íntima calidez que derrita el hielo que se instaló entre ambos.

4) El egotismo a descubierto
Un tema recurrente en entrevistas con parejas en la falta de atención que sienten los cónyuges. Lo curioso es que no pocas veces suele ser la primera vez que lo oyen de labios del otro. Y es que al discutir con frecuencia nos encerramos en nosotros mismo, en nuestros demonios y pasiones. Y nos cegamos y aturdimos respecto al otro. Ni le oímos, ni vemos más que para medir el efecto de nuestro odio desbordante y la rabia que nos da su torpe reacción.

A cambio, sostener una discusión donde nos regalamos por entero al otro, en un acto de donación conyugal digna del amante más perfecto, puede ser el comienzo de un gran cambio en las cosas. Si bien acariciar al otro no es lo más indicado de entrada, sí lo es cuando la intimidad y cercanía nos expresan mejor al concluir y proponer salidas conjuntas. Mirar a los ojos. Escuchar sin interrumpir, respirar con calma son señales muy bien recibidas por el otro, que apartan del todo el clima de “guerra matrimonial” tan tristemente frecuente. Pusimos fuera toda muestra de crítica o ánimo de herir.

Comos señaláramos arriba, se trata de un momento adecuado y de un lugar conveniente. Por lo tanto, no es lo más recomendable estar dedicados a otra actividad mientras se discute, ni ocupados con otros temas en mente. Quien discute quiere decir algo. Y quien responde quiere ser oído. ¿No es fácilmente predecible el feliz resultado de darnos por enteros en ese momento de intimidad conyugal?

5) Dar un primer profundo zarpazo
¿Qué se espera de la evolución de una discusión cuando el primer acto es apuñalar donde más duela?

La secuencia de momentos es fácilmente ilustrable. Del dolor abierto vendrá una respuesta cruenta y de esta, la contrarespuesta. Las mentes cegadas por el rencor y el cuidado de no perder encaminarán a una destructiva secuencia de puñaladas y acuchillamientos emocionales. De allí no saldrá nada bueno. Apenas otra cicatriz en el historial de dolores de la relación.

Sin embargo, ¿qué ocurriría si por variar, si por intentar una forma distinta de comenzar a plantear un problema o tema de discusión, se comenzara con un elogio del otro? Imaginemos la situación. En lugar de abrir los labios para lanzar un zarpazo, elogiamos algo del otro, comentamos un aspecto que nos gusta. ¿Eso abre o cierra a nuestra pareja? Y luego, con cuidado de no concentrarse mas que en buscar una solución, y compartida, vamos exponiendo los hechos sin intentar herir. ¿Quién negará la buena disposición que encontraremos, el ánimo de ceder o de opinar que generamos?

6) Ambiguos y mudos
No pocas veces, por evitar empeorar más la situación, caemos en el corrosivo campo de los “no concretos”. Señalamos que odiamos cosas, pero no las especificamos. No decimos ni qué es lo que no nos gusta ni porqué no nos gusta. No alcanza con enumerar el listado de cosas que odiamos del otro, con tanta precisión que ni un bisturí de disección alcanzaría.

Un modelo constructivo es abandonar el campo de lo no concreto y pasar a ser específicos. Si callar lo que nos molesta empeora las cosas en lugar de mejorarlas, lanzar problemas sin aclarar su naturaleza es igualmente mortal. Si queremos señalar algo que no anda bien, indiquemos qué es lo que no va bien, porqué no va bien, cómo nos gustaría que fuese, etc. De esta manera quitamos angustia al otro, pues le mostramos sin dudas el centro de la cuestión, le ilustramos en cómo lo va haciendo mal y cómo nos gustaría.

A continuación se puede conversar en la búsqueda de salidas o intercambio de opiniones sobre el tema. Y si aplicamos los consejos que vamos exponiendo en estas líneas, confíe el lector en que se llegará a buenos acuerdos.

7) “Yo te acuso”
Muchos matrimonios, al discutir, dan la impresión de maestros regañando a sus alumnos o de fiscales en la Corte acusando a reos de los peores crímenes. Lejos de cooperar con un buen desarrollo de la discusión, la actitud agresiva e intimidante cierra al acusado a cooperar con el problema. Por el contrario, le coloca en la posición de quien se defiende de no importa qué postura que ahora deberá sostener como suya.

Depurar nuestras palabras de juicios de valor y acusaciones, del tono reprendedor y de cuchilladas psicológicas abrirá a nuestra pareja a nuestro problema y a encontrarle solución.

8) Disparar y huir
¿Qué cosa es más frecuente que convertir una discusión - que no se quiere larga y enfadosa - en algo semejante a un pelotón de fusilamiento donde descargamos toda nuestra ira y frustración para luego huir, cerrando toda puerta nuestra espalda?

Si aplicamos las recomendaciones enunciadas, lograremos evitar los errores y conducir el encuentro en una búsqueda de soluciones. Sin embargo, forma parte del proceso de pareja, darnos espacios a aclaraciones, a asegurarnos que nos hicimos comprender y confirmar que comprendimos bien al otro, tal y como nosotros mismos quisimos ser entendidos en nuestro punto de vista. El clima que queda flotando en el ambiente tras haber mutuamente entendido que el otro nos interpretó adecuadamente y que trabajaremos en el conflicto es un poderoso atractivo para reencender la relación de pareja.

9) Todo a un mismo tiempo
No importa cuan largo sea el prontuario de crímenes de nuestra pareja, listado que mantenemos con una precisión que el mismo Satanás envidiaría de la cuenta que lleva por nuestros malos actos.

Si lo que honestamente deseamos es solucionar un problema y no solamente descargar nuestro odio contra el otro, entonces aprenderemos a concentrarnos en un punto por vez. Es irreal e inmaduro esperar cambiar toda una personalidad y toda una vida con el desarrollo de una sola discusión.

Con calma, amor, paciencia y buena voluntad lograremos más metas de las que esperaríamos desde nuestra oscura aprensión. Y, de paso, nuestra pareja verá en nosotros mismos algunos cambios que anhelaba, si acaso nosotros mismos pusimos buena voluntad.

10) Agresiones
Si realmente deseamos conversar, el tono de voz alto e hiriente, casi a gritos, enerva y pone a la defensiva al cónyuge, quien probablemente reaccionará con gestos de réplica agresiva o descalificador hartazgo.

Como contraparte igualmente perniciosa se encuentra la costumbre de algunas personas por encerrarse en el mutismo o poner caras de rabia mal contenida aunque no digan nada al respecto.

Mantengamos un aspecto sereno, abierto al otro, con un tono y nivel de voz agradable, midiendo mucho las palabras y lo que decimos. Es un esfuerzo enorme, es verdad, pero sería muy vergonzoso reconocer que lo que en verdad queremos no es solucionar un problema sino maltratar al otro sin remordimientos.

Invitemos a nuestra pareja a escucharnos, abriéndole las puertas para expresarse con la misma cordialidad, donde la agresividad quede desterrada. Quienes aplicaron estas medidas dan cuenta de los resultados asombrosos a poco de valerse de ellas.

11. Rencor
Suponiendo que la pareja realmente desee superar todo cuanto le separa, para reencantar la relación que un primer día les dio sentido a sus vidas y les condujo al altar a prometerse eterno amor, es aquello que recomendaré: abandonar los rencores. Dejar de lado esa incapacidad de no poder soportar haber sido molestado en algo.

No se trata sólo de practicar la virtud cristiana, que a semejanza del buen Dios perdona culpa y delito, derritiendo todo en Su Corazón Misericordioso. Si no hay misericordia en la pareja no habrá Misericordia sobre ellos ni para con ellos. El rencor corrompe el alma, como un gusano vil que pudre los mejores frutos del amor de pareja. Allí queda la infame criatura diabólica, destruyendo todo buen sabor y recuerdo feliz.

El rencor mancha todos los momentos y no da paz al rencoroso sino hasta cuando puede descargar venganza sobre el ofensor de su orgullo.

Muchas discusiones no se tratan más que de ajustes de cuentas entre vicios. Y es muy fácil que la hoguera de la discusión reviva y alimente a otras criaturas malignas.

Perdonar de corazón como nosotros queremos ser perdonados, y olvidar las ofensas con la generosidad con que querríamos ver olvidadas las nuestras, es el modelo más seguro y garantizado de traer paz al matrimonio.

12.- Retorno a la zona oscura
¿Qué pareja no es particularmente más vil e insidiosa que aquellas que recaen en una discusión que dieron por superada? ¿Qué cónyuge no se ve presa de la mayor de las iras cuando ve al otro incurrir en aquello, en precisamente aquello que se dio por entendido y corregido?

Cuando la pareja aprendió a cambiar sus modelos y formas de discutir, cuando comprendimos el fondo y la forma de una buena y sana discusión, queda recomendar dos grandes medidas preventivas:

La primera es conversar en otros momentos, distintos a los de la discusión, el modo de seguir aplicando algunas de las salidas que se encontraron a los problemas y las formas que a partir de ese momento se aplicarán. Es muy importante que fuera de todo aroma de guerra, se asienten los pasos a seguir y se recompensen los logros. Del mismo modo, es vital que no se prolongue la discusión en el tiempo a causa de haber quedado mal cerrada. Todo tiene reparación con buena voluntad sin necesidad de mantener los sentimientos corrosivos. La experiencia de las parejas que cambiaron de rutina avala la certeza de que con ganas y voluntad, se puede superar todo.

La segunda, es más efectiva y segura. La oración en la vida de pareja es tan importante como la convivencia familiar o la vida de alcoba. Con oración, fe y humildad, y el deseo ardiente de vivir como buenos hijos de Dios, con los auxilios y remedios de la Iglesia, podremos avanzar con paso seguro, libres incluso de la acción perniciosa del Enemigo del matrimonio y de toda felicidad humana.

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